La referida relación precisa una familia
particular, un fundamento social concreto; que
además caracteriza de manera especial a cada uno de sus
miembros: La Familia Matricentrada, donde La madre, el
hijo, la hija y el padre, cumplen un rol, sin el cual ésta
no se da.
La madre es la figura más significativa de
la familia
promedio venezolana, porque en la mayoría de los hogares,
es la única voz con autoridad. El
científico social Alejandro Moreno nos dice en su cuaderno
de formación sociopolítica Nº 15 La Familia
Popular venezolana:
"El modelo
familiar-cultural popular venezolano es, pues, el de una familia
matricentrada, o matrifocal, o matricéntica. De todos
estos, prefiero el término matricentrada"
Pero también nos hace una advertencia: eso no significa
que sea matriarcado. Es decir, no es un gobierno de
la mujer en la
sociedad o
comunidad,
como si se presenta en la etnia guajira,
o wayúu, que según Luisa Pérez de Borgo, en
su libro Educación
Superior Indígena en Venezuela, un
cálculo
aproximado hecho en Diciembre de 2004, la
organización social de este grupo
indígena (el mas numeroso del país con casi 300 mil
individuos) está formado por clanes matrilocales
constituidos por varias familias nucleares.
Familia
matricentrada
Históricamente, los grandes modelos que
investigadores sociales han tomado a la hora de evaluar la
raíz de la sociedad y la cultura, han
sido la familia patriarcal y la familia
matriarcal.
La nuestra, familia matricentrada, no encuentra un
espacio que se pueda comprender o explicar desde ninguno de los
dos modelos. Antropólogos y sociólogos venezolanos
han intentado estudiar nuestra familia y las operaciones de
sus miembros a partir de la cercanía, similitud o
sub-evolución con respecto a alguno de los
modelos mencionados. Es decir, a la luz de
mundos-de-vida y epistemes totalmente distintos al de nuestra
cultura.
El resultado siempre ha sido incorrecto y
científicamente falso. A la vez, desde la perspectiva del
funcionamiento de sus miembros y de los nexos entre ellos, se ha
tendido a valorar la figura del varón desde la óptica
fenomenológica de sus actos o en comparación con lo
esperado dentro de otros modelos y realidades.
La familia venezolana, diferente de la concepción
moderna propia de los países europeos, es una familia que
tiene a la madre por referencia. "La experiencia primera, radical
y permanente del venezolano popular se produce y estructura en
esa relación -relación-nudo-de-relaciones- que es
la familia matricentrada."
La mayoría de veces el padre no está
físicamente y cuando está, notamos que esta figura
"central" paterna es ficticia, es pura fachada social; esta
presencia masculina es una mera representación carente de
afectividad y la relación de pareja ocupa un lugar
secundario en el seno del hogar.
El padre ausente está vigente, de manera
psicológica; esta presencia atípica del padre es
alimentada por la misma madre (que en muchas ocasiones ha sido
quien lo ha expulsado) desde su posición de víctima
y de abandonada, aunque también hay un respeto y una
imagen que no
se pierde.
Como consecuencia de la misma mentalidad femenina, en un hogar
en que no hay padre, cada hijo es un hijo único de la
madre; mantiene con ella una relación directa, ella ocupa
el centro del corazón y
de la relación del hijo, así sean varios. Los
hermanos, incluso, quedan al margen porque si se les quiere es
porque son hijos de la misma madre, no por ser hermanos.
Matemáticamente pudiéramos pensar en una
relación piramidal, donde la madre representa la
cúspide y los hijos cada uno de los vértices
inferiores, con quienes mantiene contacto mediante una
relación aristo-lateral con cada uno de ellos, en forma
individual.
Para Alejandro Moreno, la familia que tiene a la madre por
centro genera un tipo de hombre
caracterizado por la relación, porque ser madre, para
él, es un vivir en relación. "Ser madre no se
entiende sino estructuralmente como relación. La
estructura de la "madredad" es ser relación".
La relación madre-hijo marca el estilo
de relaciones del hijo en la sociedad. Y marca también las
relaciones con Dios que cuando es concebido positivamente, es
concebido maternalmente aunque se le llame Padre.
De una forma gráfica esta familia la podríamos
representar de la siguiente manera:
El vínculo fuerte estable y permanente sobre el que se
fundamenta y estructura la familia es el de la madre con los
hijos. El vínculo hombre-mujer es
débil, y el hombre en
consecuencia suele tener sus escapes hacia fuera.
El vínculo padre-hijos también es débil y
esto hace que los hijos tengan baja autoestima,
poca voluntad, no tengan firmeza interior y carezcan de seguridad. Por
eso los hijos siguen ligados a la madre, como atados por un
cordón umbilical psicológico e invisible que les
resta autonomía y libertad,
haciéndolos frágiles y sentimentales.
Esto no es así de un modo absoluto en todas las
familias que participan de este esquema, hay una
gradación.
Cabe que nos preguntemos si esta familia es el modelo de
familia que Jesús nos presenta en el Evangelio. La
respuesta es no. El modelo del Evangelio no es ni una familia que
tenga a la madre como centro ni una familia que tenga al padre
como eje. El modelo del Evangelio es una familia en la que los
esposos son dos en uno; o, si se quiere, uno sin dejar de ser
dos. El modelo evangélico presenta una familia centrada en
la comunión de los esposos por el amor. De
esta familia es modelo la Sagrada Familia.
Pero esta familia, a pesar de sus defectos, es también
un lugar de virtudes y de fe, como muy bien señala Rafael
Carías; en ella se da la solidaridad, la
acogida, se practica la humildad, paciencia, perseverancia,
comprensión. Por medio de estas virtudes se hace presente
la fe, se hace presente Dios. Por esta razón esta familia
puede transformarse; no es lo que debe ser, pero puede llegar a
serlo.
El
Hombre
El varón venezolano aparece, fenomenológica y
externamente, como "desadaptado", "dependiente", "incapaz", etc.
Desde esta misma perspectiva externa, su "machismo", en realidad
no originado por él mismo, es una praxis de
poder en el
que ejerce como la figura relacional fuerte ante una mujer
débil y sometida.
Un estudio más ajustado a la verdad, interno y
desprejuiciado, como el realizado en Venezuela por el Pbto. Dr.
Alejandro Moreno Olmedo, investigador social, hace ver
prontamente la falacia de tal afirmación.
El "machismo" del varón venezolano está generado
por la mujer-madre (matrigénito) y en tal machismo el
varón no sólo no es, en lo profundo, la figura
fuerte, sino que, sobre todo, no se vive como varón, sino
como hijo y, finalmente, el nexo relacional fuerte con la madre
le incapacita para la vivencia real y sólida de relaciones
extra-maternales sólidas y duraderas.
Esto vale tanto para la vivencia entre hermanos, como para la
de pareja. Ante la madre, el varón venezolano se vive como
"eterno hijo".
Y tal vivencia resulta tan sólida y raigal que
sólo un largo proceso
reflexivo y una extensa praxis de relativización del nexo
materno logran, junto con la irrupción de algunos
elementos "externos" que mencionaremos, plantear la posibilidad
de una vivencia práctica del varón venezolano como
esposo.
En la cultura y en el mundo-de-vida popular no existe la
vivencia del varón como varón, sino como hijo.
Menos aparece la praxis matrimonial, pues el nexo con la madre lo
debilita hasta imposibilitarlo.
El venezolano popular, generalmente, no se une en matrimonio. La
antropología del varón -y
también la de la hembra- lo imposibilitan de raíz.
La hembra, criada tempranamente para ser madre, aparece destinada
a su maternidad.
Para el varón venezolano la pareja no es lo primordial.
Manuel Barroso afirma:
"El venezolano no aprecia su relación de pareja con
suficiente seriedad, quizás por eso la pierde con tanta
facilidad (…) El hombre por lo general actúa como
obligado a quedarse. No concientiza su relación como
compromiso de lealtad con carácter de permanencia. El macho criollo
ve su pareja como una conquista
segura pero desechable y quizás a ello contribuya mucho la
mujer con sus actitudes
marginales de sentirse poca cosa, dispuesta a tolerar todo (…)
La fidelidad es una virtud de la mujer. Y ella es la que debe
encargarse de los hijos (…) Su trabajo es la
casa".
Este tipo de pareja se forma a partir de un determinado tipo
de personas de hombres y mujeres, que tienen todos una historia, con sus riquezas y
pobrezas.
La pareja empieza en la conquista; en ésta la
iniciativa es del hombre, porque para el hombre: "Tener mujer es
un acontecimiento que hace la diferencia (…) El que no la tiene
es sospechoso de ser homosexual.
El que tiene varias hembras posee la esencia del hombre".
Realizar la conquista es un triunfo, para lograrlo se gastan
muchas energías, se pone interés,
se hacen sacrificios.
Una vez lograda todo cambia. Y todo cambia porque más
que una compañera lo que va buscando es una mujer que sea
sustituta de la madre: alguien que lo cuide y que lo aguante. Ya
no es necesario el esfuerzo porque ella está
asegurada.
De este modo la mujer se convierte en la sirvienta, la madre
de los hijos, la enfermera, la que aguanta el desahogo sexual del
hombre. El trato hacia ella se torna frío, rutinario,
hostil y hasta de reclamo.
Desaparece la ilusión y el cariño; poco a poco
se va perdiendo el interés hacia ella y empiezan a surgir
otros intereses hacia fuera. A esto se suma la debilidad interna
por la
educación recibida, lo cual le dificulta el mantenimiento
de compromisos y la general incapacidad de dar ternura, afecto,
apoyo, orientación, seguridad.
Respecto a los hijos este hombre se siente orgulloso de ellos
cuando los puede exhibir como trofeos de su virilidad; pero no
sabe ser padre (aunque él afirma que lo es, y bueno, a
pesar de reconocerse como un mal esposo. Esto es imposible que se
dé; sólo los buenos esposos pueden ser buenos
padres), su interés por ellos es tenue, siempre hay una
excusa para no ocuparse de ellos o sencillamente se los encarga a
la madre, "los hijos son tarea de la madre". Para él los
hijos son responsabilidad de la mujer, él puede
supervisarlos de lejos.
Su propio mundo no está en la casa sino en la calle:
el trabajo,
los amigos y sus necesidades particulares están primero
que su esposa y sus hijos. En la casa se comporta como alguien
dominante, de apariencia fuerte, es autoritario, hasta violento
con palabras y obras.
Él se cree que con llevar dinero a casa
ya ha cumplido con su papel de esposo y de padre, que no tiene
ninguna otra obligación; pero esto no es más que
una máscara para ocultar su fragilidad interior, su
superficialidad, su debilidad, sus miedos; como no sabe expresar
sus sentimientos los desprecia, es inconstante y tiene
múltiples intereses con baja intensidad.
Esto lo lleva a ser un típico abandonador. A dar este
último paso también influye el hecho de que su
vínculo materno siempre se ha mantenido como el de mayor
arraigo, y este tipo de relación con la familia de origen
le obstaculiza amar adecuadamente a la familia que ha
formado.
Para Félix Moracho, el mundo de vida y la prepotencia
machista de este hombre:
"está alimentada en el mismo hogar, desde niño,
con una permisividad sexual excitada, facilitada, aplaudida
inclusive por la misma sociedad, con todas sus
consecuencias".
En relación con el rol paterno un psicoanalista, de
origen judío, Adrián Liberman, publicó un
artículo en el diario El Nacional, en fecha 22/05/2006,
titulándolo: "Mas allá del padre".
En una breve sinopsis del referido artículo Liberman
señala:
"Una de las tareas evolutivas que toda persona debe
hacer consiste en matar simbólicamente a sus padres. Con
ello me refiero a que, para poder crecer, la persona debe poder
desasirse de la culpa para tener un proyecto propio
de vida"
Para mi el significado de la referida idea es desatar los
nudos de la dependencia con los padres y comenzar a ser un hombre
o mujer maduros, capaz de alcanzar su propia estrella y conducir
su vida con albedrío.
Comienza el artículo preguntando cual es el lugar del
padre en una sociedad matricentrista como la venezolana.
Según un estudio realizado por el columnista a sus
pacientes, a quienes les inquirió acerca del éxito y
todas las repuestas de una u otra manera conducían a la
imagen paterna.
El resultado de la experiencia mostraba el rasgo
psicológico que el padre dejaba en el hijo, y como se
relacionaba con la construcción y consecución de metas,
así como la experiencia de la culpa que dicha
relación imprimía en su conducta.
Aun cuando esta deuda culposa con el padre será una
constante referencial que definirá todas las acciones en su
adultez, también será el detonante impulsor que lo
llevará a la conquista de estratos cada vez más
altos.
El padre representa la figura institucional de disciplina y
orden en la familia venezolana, es la imagen psicológica
de la norma que regula las relaciones con los semejantes. Pero a
la vez, genera una molestia contenida por reprimir las libres
aspiraciones del hijo. No obstante, esta apreciación
ambivalente es característica del ser humano, pues toda
característica positiva puede tener su contraparte
apreciativa.
A veces el no contar con el padre o una figura sustituta que
signifique la autoridad normativa hace que no se aprecie a los
demás como iguales; se pierde el carácter social al
carecer de límites en
su gran "yo", desconociendo el "tu", que es tan esencial para
"nosotros".
Los asesores políticos conocedores de tal realidad,
estimulan la necesidad de la figura de ley en un pueblo
desorganizado y venden la imagen de sus candidatos con esa aura
paterna, "que corregirá todos los errores de la
sociedad".
Inclusive este perfil del padre encarna la máxima
potestad en casi todas las religiones,
por el respeto que esto infiere. Esta representación se ha
simplificado con el devenir del tiempo,
refiriéndose a que quien lleva los pantalones o se
ciñe el cinturón es la autoridad.
Continúa el escritor haciendo referencia que como la
noción de ley la simboliza el padre y nuestra sociedad
presenta una gran ausencia paterna, por ende, la mayoría
de los problemas
sociales de nuestra cultura deviene de ello y es por eso que
hay tantos delitos.
Si lo que asevera Liberman fuese cierto, la gran
mayoría de los venezolanos viviríamos en un
completo caos y en guerras
perennes, pues la orientación de la familia venezolana es
matricentrada (quizá en más de un 90 %).
En cambio la
pasividad, tolerancia y
relativa tranquilidad de nuestros coterráneos echa por
tierra tal
teoría
freudiana.
Trabajos serios realizados por el Centro de Investigaciones
Populares, con el Pbto, Dr. Alejandro Moreno Olmedo en la
dirección de ese equipo investigativo, nos
dicen que ese factor (la ausencia del padre) no es determinante
en la formación del delincuente venezolano.
Historias documentadas intrafamiliarmente por el C.I.P.
demuestran con testimonios reales que el verdadero caldo de
cultivo de nuestros infractores es que han tenido ausencia de una
madre significativa (aunque esté presente en el seno
familiar) y la débil presencia de un padre (o sustituto)
poco amable, mas bien déspota, violento y agresivo con sus
hijos.
Otro factor, que añade quien suscribe el presente
ensayo, es la
orientación de la sociedad en la acumulación
desmedida de riquezas (en detrimento de la gran mayoría),
el apego a lo material, propio del sistema
capitalista imperante, más que el enriquecimiento en
valores y
espiritualidad de los ciudadanos.
Aquí cumple un rol determinante el Estado
venezolano, que se avoca a una política
internacional sin precedentes, en el deseo de un reconocimiento
del mundo de un liderazgo
pseudo democrático y ¿¿¿socialismo de
actualidad??? "caudillismo
moderno, llamaría yo".
Si bien es cierto que este gobierno ha destinado, más
que cualquier otro, gran cantidad de las finanzas
públicas, producto de la
excepcional renta petrolera, en proyectos
sociales, también es verdad que mucho de esos recursos han sido
dilapidados por manos criminales y corruptas.
Ante esta realidad pública, denunciada y notoria, las
instituciones
encargadas ("el poder moral") no
hacen nada porque son personeros del mismo gobierno y como dice
la conseja popular "entre bomberos no se pisan la manguera".
Si el meollo del sistema
educativo se centrara en la siembra de valores (además
de impartir conocimientos, muchos de los cuales no se
contextualizan con nuestra realidad social), pudiera cosechar
hijos con ética y
buenas costumbres, logrando que nuestra sociedad sea mejor para
todos.
La
Mujer
En todo lo referente a la relación de pareja la mujer
es educada para ser pasiva y sumisa. Su principal rol no es el de
ser esposa sino ser madre. Debe obedecer a los padres, cuidar al
marido y educar a los hijos.
En la conquista juega un rol pasivo: su función
consiste en llamar la atención, atraer y dejarse conquistar. Se
considera alguien de poco valor, por eso
necesita de alguien que la represente, tiene miedo a quedarse
sola y por eso ha aprendido a centrarse en los hijos.
La cultura ambiente
está en contra de la mujer, por eso ella asume el rol de
alguien sumiso, pasivo, de apariencia frágil, de
sacrificada, de abnegada trabajadora, de mártir, de
sufridora, de abandonada, "de mamá gallina". Con estas
actitudes chantajea al marido y a los hijos en busca de
cariño.
Ella sabe que puede ser abandonada por el marido, por eso no
orienta su felicidad en ser esposa sino en ser madre. Se ve a
sí misma como una esposa frustrada, pero se siente feliz
como madre de unos hijos a los que idealiza y consiente,
especialmente a los varones. El marido se va, los hijos se
quedan, y se aferra a ellos de una forma posesiva, son su vida.
La mujer se realiza siendo madre; en los hijos se apoya y se
consuela.
Este predominio de la maternidad sobre la esponsalidad,
consecuencia de la frustración en la relación de
pareja, es, a su vez, una fuente que alimenta el machismo en los
hijos. Félix Moracho lo describe muy bien cuando afirma
que la mujer:
"Se siente insegura porque ve alrededor tantos matrimonios
frustrados, rotos, y no está preparada para afrontar la
vida sin hombre. Esta mujer tiene su seguridad y
satisfacción en los hijos varones. Y utiliza al marido, al
hombre, para eso. Lo atiende, sí, en la comida, en la
ropa, en la cama. Pero ante todo trata de conquistar, de ganarse
el afecto de su hijo varón. El hijo varón va a ser
su seguridad. De ahí la permisividad sexual del
varón con la que consiente y hasta alienta. No por la
permisividad en sí. Si no por acaparar en exclusiva el
afecto y la fidelidad de ese "machito" que es su hijo. Llega
hasta a alcahuetear al hijo varón para que él la
siga respetando a ella, a la mamá, como a algo sagrado.
Por eso trata que la esposa de su hijo no sea una futura mujer
rival que la suplante."
Las prioridades de la mujer no son las del hombre. La mujer,
para Barroso, como acabamos de ver en Moracho:
"Invierte su energía en los hijos, se esclaviza, se
hipoteca, se olvida de sí, se culpabiliza, se tortura
(…) Lo primero para ella son sus hijos".
La mujer pone el plato en la mesa al marido (lo cuida para que
no se vaya y pierda su seguridad económica y de
representación), le saca el dinero (esa es la
obligación del hombre: aportar a la casa) y se dedica a
los hijos (que son los que le garantizan amor,
cariño, afecto y permanencia).
Pero esta actitud de la
mujer tiene su cara negativa que más tarde es fuente de
dolor: se convierte en agobiante y posesiva para los hijos, los
cuales, por un lado, reaccionarán con rechazo y
agresividad, haciendo sufrir a la madre, pero, por otro, se
sentirán pegados a ella, atrapados afectivamente por un
cordón umbilical psicológico que no termina de
romperse nunca, incapaces de ser independientes y con reacciones
de amor-odio hacia su madre. Esto será una fuente
constante de dolor para la mujer.
La mujer de este tipo de familia pone el centro de su vida en
el ser madre y lo es de hijos y nietos; sufre como pareja por la
falta de amor y de cariño del hombre y por el abandono, se
olvida de ella misma como persona viviendo siempre en
función de los demás y, al final, ella misma se
autodescalifica como mujer.
La manera de tratar a los hijos no es la misma con todos; hay
diferencias. Las hijas son una cosa y los hijos otra. De las
hijas se espera capacidad de sacrificio, a los hijos se los
consiente.
Así, por ejemplo, si está enferma,
llamará a su hija para que la cuide, pero si entonces
llega su hijo de trabajar se levantará a servirle la mesa.
Las hijas deben ser sacrificadas para que sepan aguantar como
mulas, los hijos en cambio son mimados para que no quieran a otra
mujer.
La madre aunque tenga varios hijos siempre tendrá una
relación afectiva con cada uno de ellos, nunca con todos a
la vez. De alguna manera les hace sentir una relación
exclusiva, donde cada uno de los hijos se siente el más
importante, el más querido. Así se asegura su poder
mediante la manipulación.
Esta supuesta exclusividad en la relación madre-hijo es
un factor más de desunión intrafamiliar, no hay
consenso familiar; el amor materno que debiera ser integrador se
diluye en una afección individual. Esta conducta refuerza
la tendencia individualista del hijo que pronto será
adulto, perpetuando esta situación
Los
hijos
El hijo, criado para serlo eternamente, no aparece finalizado
a la generación de nuevas y distintas relaciones de las
maternas. Y la madre, preocupada por la recta formación
afectiva del hijo, le permite e impulsa hacia el establecimiento,
siempre provisorio, de relaciones afectivas con mujeres, sin
ninguna finalidad matrimonial.
De tales relaciones puede el varón generar hijos y,
fruto de una especie de apareamiento, ganar un mínimo
espacio "familiar" y algo de permanencia dentro del nuevo seno;
pero allí no le permite, generalmente la nueva madre,
más que un papel de representación y
provisión económica.
Este varón-padre, casi siempre tiene una débil o
negativa figura paterna internalizada, por lo que muy
difícilmente podrá actuar como tal y,
consecuentemente, no podrá tampoco con el rol de
esposo.
Los hijos serán la prole de esta pareja que hemos
descrito anteriormente. Un hombre y una mujer que viven una
relación de pareja difícil, muy difícil.
Refiriéndose a ella, Barroso dice:
"El hombre no aguanta mucho la cercanía, se separa para
sentirse de nuevo libre. La mujer acepta las reglas del juego, ella es
aliada de esta inefectividad. Ambos viven en el miedo del
abandono. Sólo el hombre abandona, él tiene el
derecho. El hombre es promiscuo porque la mujer se lo permite. La
mujer es sobreprotectora porque tiene que encontrarle sentido a
su identificación".
Más que una pareja aquí lo que hay son dos
individualidades que se juntan sin unirse y se toleran como
pueden. Las relaciones entre ellos son de dominación y
sumisión, abundan los celos y las heridas no
cicatrizan.
El diálogo en
estas parejas no existe, solo se comunican para dar algunas
informaciones, para hablar de cosas externas o para pelear,
discutir y reclamar, no se sabe hablar desde el corazón y
existe miedo a hacerlo. Los sentimientos se esconden (se ven como
un signo de debilidad), predominan los pensamientos y
juicios.
Es una pareja en la que el amor está por debajo de sus
debilidades, aunque está presente; de esta unión
que quisiéramos llamar conyugal, pero es mas bien una
forma de apareamiento social de donde provienen los hijos.
Los hijos son algo querido y deseado pero por motivos
diferentes. Para la mujer el hijo es el sentido de la vida, su
realización, los hijos serán su seguridad, su
consuelo. Para el hombre lo que importa es la cantidad, el
sexo y el
parecido físico, su horizonte como varón es ser un
padrote.
Los hijos crecen pegados a la mujer y con carencias afectivas;
en ellos predomina el sentimentalismo sobre las convicciones, la
voluntad y la firmeza; tienen dependencia materna y ausencia
paterna: al crecer reproducen los roles de hombre y mujer que han
visto en su casa.
A los hijos les cuesta abandonar el hogar y cuando lo hacen,
normalmente siguen vinculados afectivamente; la familia que
puedan formar siempre será menos atractiva que la de donde
procede. Con esto, el camino hacia una ruptura en el hogar
formado por hijo está abierto.
Consecuencias
No seré nada profundo aquí, me limitaré a
citar algunas de las características que vienen como
consecuencia de lo que acabo de comentar sobre la familia
venezolana y sus miembros.
a) El individualismo.
Que el venezolano es individualista, hasta un ciego lo ve. Hay
un dicho popular criollo que reza así: "sobre mi tierra mi
caballo, sobre mi caballo yo y sobre yo… mi sombrero".
Así es el venezolano; huye de la comunidad, de lo
conjunto, porque no sabe afrontar ni soportar las obligaciones
de respeto, no hay compromiso, es incapaz de ceder, el bien
particular está situado por encima del bien común,
que lo comunitario se arregla por si solo. El interés
domina sobre la solidaridad.
El común de los venezolanos no participa en nada
comunitario y, cuando lo hacen, es porque ven o piensan que
pueden sacar algún provecho particular, ya sea material o
bien brillo o reconocimiento.
El yo brilla, el nosotros y lo nuestro no existe. En el
matrimonio la mejor imagen que define al venezolano es la del
"casado soltero". Las cosas son mías o tuyas, pero no
nuestras. Tú eres mía o mío, pero nosotros
no existimos. El marido y la mujer muchas veces ignoran de su
cónyuge cuánto gana, el horario de trabajo y hasta
el lugar.
b) La superficialidad
El venezolano común es superficial. Bonito pero no
bueno. De apariencia deslumbrante pero carente de consistencia y
de fortaleza. Sus relaciones son superficiales y no aguanta la
intimidad.
Para la intimidad se necesitan valores como: seguridad en si
mismo, fortaleza interior, firmeza, seriedad, hondura,
profundidad, responsabilidad, autenticidad, capacidad para
mirarme a la cara a mí mismo.
Como que el venezolano no tiene esto no aguanta la
cercanía ni la intimidad y lo suple con una
superficialidad melosa de palabras bonitas dichas en tono
cariñoso: "mi cielo", "mi vida", "mi amor", "mi amigo del
alma", mi
hermano", "corazón", "bello", "hermoso", "doctor", "mi
pana", "amigo", "poeta", "líder",
"varón", etc.
Se aparenta pero no se es. Por eso el venezolano vulgar es
pantallero, de eventos y no de
hábitos, es una llamarada que se apaga rápido,
atractivo pero sin consistencia ni continuidad.
Por esta razón le molesta quien le dice las verdades y
lo rechaza, no sabe aceptar la crítica
ni reconoce su falla. El que dice la verdad es tachado enseguida
de irrespetuoso, simplemente porque no transige con la mentira, la
mediocridad o el error.
Esta superficialidad lleva al irenismo barato. Como
decía el P. Rafael Carías-s.j.: "En Venezuela no
hay mártires porque aquí todo se arregla". La paz
barata es más importante que la verdad, el bien o la
justicia. En
la práctica, la dignidad de
las personas es menos importante que la tolerancia, la negociación o el arreglo.
Otra consecuencia de la superficialidad es que resulta mucho
más grave herir un sentimiento que ser irresponsable. No
se acepta que me digan no, pero se acepta con la mayor
naturalidad (a pesar de que haya enfado o dolor) que no se cumpla
con los compromisos.
c) La sordera
Uno de los patrones de escucha más utilizados del
país consiste en oír lo que pienso en lugar de lo
que me dicen. Esto es consecuencia de la baja autoestima que
lleva consigo la necesidad de ser alguien, de ser tomado en
cuenta, de vencer. Es un mecanismo de autodefensa contra la
propia mediocridad.
Sólo se puede oír desde un yo firme y
consistente, capaz de aceptar a un tú de igual a igual. La
sordera es para evitar el enfrentamiento. Es instintiva,
automática. No es por malicia, es por bajeza y
mediocridad.
d) El facilismo y la necesidad de
brillar
Las dos cosas van ligadas y tienen la misma raíz, al
igual que todo lo que hemos dicho anteriormente. El problema real
es la pobreza de
fondo.
Como que no valgo, para no hundirme, tengo necesidad de
brillar, de ser considerado, aplaudido, acariciado. Como no
sé y no puedo reconocerlo porque eso me
destrozaría, buscaré lo fácil, lo
cómodo, lo que me puede hacer otro, lo que puedo copiar,
lo simple, lo burdo, y lo presentaré como algo grande,
importante, valioso, difícil, que me ha costado
sacrificio. Todo menos reconocer la propia realidad.
En otras ocasiones, cuando no me sea posible recurrir a uno de
esos subterfugios, buscaré que otro me saque las "paticas
del barro", que me haga el trabajo, que me solucione el problema,
etc. De esta manera, como mínimo, yo podré seguir
sintiéndome satisfecho de mi habilidad para salirme de los
problemas, "de
ser vivo".
Otras veces diré sí, por que no sé decir
no, y por miedo a que decir no me pueda hacer aparecer como
alguien que no sabe, no puede o no es capaz. Por eso cuando se
pide algo siempre se contesta que sí, se acepta la
propuesta; luego ya habrá tiempo de encontrar una excusa
para justificar que no lo hice, para justificar que lo hice mal,
para justificar que lo hice mediocremente, o, simplemente,
diré no con los hechos.
e) Carencia de límites
Esta es otra característica propia de esta
desestructuralización personal
básica. No se miden las consecuencias de los hechos, todo
está permitido, se haga lo que se haga no pasa nada, "no
hay problema". Los demás están en función de
mí, el bien común subordinado al bien
particular.
Las consecuencias de esto es que la función de la
autoridad está desdibujada, la fidelidad se percibe en
función de mis intereses o criterios, las leyes
están hechas para apoyarme y, cuando me exigen una
renuncia, entonces reacciono diciendo que todo tiene su
excepción. Las normas las cambio
para que me cuadren o me gusten, las organizaciones,
los esquemas, las estructuras
deben cambiarse si yo me siento más a gusto con ellas
cambiadas.
Todo me está permitido, no hay límites
personales ni sociales, yo soy el centro, las cosas están
en función de mí, a mí me han de obedecer,
yo obedeceré si me parece correcto o estoy de acuerdo. El
individualismo y la sordera ya mencionados tienen aquí su
raíz.
Podríamos señalar otras características,
pero creemos que con las mencionadas ya queda suficientemente
dibujado el mapa de la realidad de la realidad familiar
venezolana.
Como se puede ver, nuestro problema es de cimientos y
estructuras. Un problema grave y difícil que
tardará tiempo en arreglarse y que no necesita de parches
si no ser abordado con profundidad, realismo y
delicadeza.
f) El amiguismo
Esta falta de estructura de la familia lleva a que el amigo y
la amistad
auténtica no tengan cabida en la vida del venezolano. Los
amigos se hacen enseguida sospechosos de "raros" y, más
que amigos lo que hay es "panas" y compadres.
Para que haya una amistad auténtica es imprescindible
que exista profundidad y seguridad personal; sin estas dos
características no se puede dar. Y de estas dos
características carecen el general de los venezolanos, por
eso lo que se dan son los "panas" y los compadres.
Los "panas" son aquellos con los que me siento a gusto, con
los que disfruto, me divierto, paso horas haciendo nada o
haciendo lo que sea. De ellos no importa la persona sino lo que
obtengo de ellos a nivel afectivo y de satisfacción
personal. Los "panas" no son más que amigos
superficiales.
Después están los compadres. El compadre es el
cómplice, el que me "sinvergüencea" y al que
"sinvergüenceo"; es más: el que tiene la
obligación de "sinvergüencearme" y al que tengo la
obligación de "sinvergüencear", de tapar. El compadre
es el que da el apoyo, el que soluciona, la palanca y
también es el que justifica, el que esconde, el que
permite.
Entre los compadres el abuso es la norma. Los compadres se
protegen y apoyan mutuamente; son un seguro el uno
para el otro. Esta es una amistad donde el interés es el
componente más fuerte.
Condiciones
necesarias para que aparezca el padre y el esposo en la Familia
Popular Venezolana
El día en que padre y madre por igual, como pareja
conyugal sean las columnas vitales en la educación consensuada
de la familia y ejemplo de vida para sus hijos, en un clima de amor
fraterno, ese día nuestra familia florecerá y
será pródiga en valores.
Creemos que de aparecer un padre real, bueno, en la familia
venezolana podrá aparecer un esposo auténtico y ya
no un "hijo", tratado como tal por la "esposa".
Ante todo, que por la vía de la práctica y de la
reflexión conjuntas, aparezca como proyecto, deseo y vida
en el varón y en la hembra venezolana "la
pareja". Eso requiere, a su vez, que la madre asuma, por el
bien total del hijo, una renuncia a la exclusividad afectiva para
con el hijo.
También se hace necesario que, progresiva pero
seriamente, la comunidad que hace vida con la "pareja"
de padres sostenga sus deseos, esfuerzos y logros por vivirse
como auténtica pareja.
Además, se hace necesaria mucha constancia en el
actuar, mucho diálogo entre los miembros de la "pareja" y
mucha paciencia. Se trata de una estructura
socio-antropológica secular que muy difícilmente
pueda desplazarse en corto tiempo ni por esfuerzos aislados.
En este punto movimientos laicos como: Encuentros
Matrimoniales, Encuentros Familiares, Encuentros Conyugales,
Escuelas para Padres, Pastoral Familiar resultan espacios
importantísimos.
Digámoslo claramente, el vivirse como esposo no aparece
"por si mismo" en el mundo-de-vida popular venezolano; pero el
venezolano popular, sostenido afectivamente e impulsado
reflexivamente, familiar e institucionalmente, capta claramente
la belleza y valor de la praxis de esposo-marido para el
crecimiento humano de la pareja y como fondo posibilitador y
sostenedor de la vida y maduración de los hijos.
¿Qué deberá hacer la
mujer-madre?
Renunciar, progresivamente, al deseo profundo que le dicta su
mundo-de-vida por vivirse exclusivamente como madre; dejar de
lado la praxis de anulación del papel del esposo en la
familia y en la crianza; mirar al bien total del hijo que
necesita de ambas figuras, afectividades y proyectos para crecer
de modo armónico y estable.
Tales actitudes, sinceramente vivenciadas, propulsarán
un ambiente de diálogo en la que las decisiones sean de la
pareja y no de la mujer-madre; en que todos los espacios vitales
de la pareja y la familia sean verdaderamente convividos y en los
que los hijos puedan efectivamente vivir e internalizar figuras
complementarias.
Corresponde a ambos, esposo y esposa, ubicar el papel y
significación de figuras centrales, tales como las madres
de ambos, en el lugar apropiado. Si la labor reflexiva y
práctica correctiva de la pareja no son sostenidas y
respetadas por las figuras circundantes, como, en este caso, las
abuelas, la labor de construcción del esposo y la pareja
caen en "saco roto".
La
construcción de la imagen del padre
Psicólogos, educadores y sociólogos, convencidos
de la importancia del rol del padre en la familia y la sociedad,
se han dedicado a la tarea de rescatar la imagen del padre en un
mundo que tiende a opacarla cada día más. Son
muchos los estudios e investigaciones en este campo; me limito a
citar sólo algunos, por razones de brevedad, y entre
ellos, un trabajo de tesis doctoral
de José Antonio Ríos, cuyo título es: "La
influencia del padre en la dinámica personal del hijo". En el
prólogo, Rof Carballo dice que es necesario crear unos
lazos mediante la relación padre-hijo para completar el
ser inacabado que es el hombre al nacer.
En sintonía con las tesis de Rof
Carballo y José Antonio Ríos, el psiquiatra P. Tony
Anatrella[2]puso de relieve la
importancia del padre en el desarrollo
psicológico del hijo. Destacó, sobre todo, las
siguientes funciones:
a) Función de
Identificación
"En principio la función paterna es indispensable para
diferenciar al hijo de la madre, con su presencia recuerda que la
madre no se confunde con el hijo, que éste no pertenece
sólo a la madre. Si la madre es la que lo trae al mundo,
el padre lo hace nacer psicológicamente, facilitando el
proceso de separación- individuación. Gracias a la
figura paterna, en efecto, el hijo se individualiza. En caso de
"falta del padre", el hijo tiene que apoyarse en sí mismo
y esto produce fragilidad en su personalidad
que se manifestará con frecuencia en el momento de la
post-adolescencia.
Desde los 6 meses de edad, el niño comienza a
distinguir a su padre, que deja de ser para él
prolongación de la madre. Hacia los 10 meses, el padre se
presenta como otro polo, a partir del cual el niño va a
poder afirmar su autonomía.
El padre es garante de la autonomía psíquica del
hijo y de su apertura hacia el mundo exterior. La madre, por
sí sola, no puede representar esa autonomía que
necesita el hijo para llegar a ser él mismo" (P. Tony
Anatrella)
El padre, además, representa la diferenciación
de los sexos, por ser de sexo distinto de la madre;
desempeña un papel de confirmación para el hijo
varón de su identidad
sexual. El padre lo confirma en su masculinidad.
b) Función de Seguridad
La presencia física y relacional
del padre proporciona al hijo un tipo de contacto corporal y de
intercambio afectivo muy particular. Los hijos, en efecto,
necesitan sentir la presencia física del padre; jugar,
confrontarse y medirse corporalmente con él. Con el padre,
el niño goza haciendo cosas. El intercambio afectivo con
el padre, más fuerte que con la madre, permite que los
hijos adquieran seguridad y confianza en sí mismos. Muchos
jóvenes sufren porque no saben qué es un padre. Son
frágiles, inseguros, indecisos debido a la ausencia de la
imagen paterna en su vida psíquica.
c) Oferta de Códigos de Valores
"En primer lugar la presencia estable de la autoridad de un
varón adulto en casa es necesaria para detener los excesos
y para enseñar a los jóvenes el dominio de
sí mismos, especialmente en la adolescencia. Sin esa
presencia del varón en la comunidad, el proceso de
socialización fracasa y las vidas de los
jóvenes se vuelven cada vez más caóticas y
violentas.
En segundo lugar, la presencia estable, en el hogar y en la
comunidad, de maridos que ganan el pan diario, proporciona a los
jóvenes los modelos que les servirán para
madurar.
d) Ejercicio de Autoridad mediante la creación de
una Amorosa Disciplina
El mismo Juan Pablo II en "Familiaris Consortio" al respecto
nos dice:
"Como la experiencia enseña, la ausencia del padre
provoca desequilibrios psicológicos y morales,
además de dificultades notables en las relaciones
familiares" (F.C. n.25)
Orientaciones
para transformar la cultura de la Ausencia del
Padre
"Después de este análisis antropológico y
socio-cultural, y sintiendo los vientos foráneos que
soplan desde otras latitudes, pudiera apoderase de nosotros un
sentimiento desesperanzador o de desaliento, pensando que es
imposible nadar contra la corriente. Al respecto quisiera ofrecer
algunas sugerencias a partir de la experiencia de mi humilde
servicio a la
familia.
1) Nada de fatalismo, el cambio es posible. Este tipo
de familia matricentrada, así como nos la presentan los
antropólogos y la encontramos en nuestro diario vivir, con
raíces históricas muy hondas, puede cambiar. Pero
hace falta un largo trabajo de formación,
orientación y acompañamiento para que los esposos y
padres del mañana dejen atrás patrones culturales
heredados y ensayen nuevos modelos, más acordes con el
plan de Dios
sobre la pareja y la familia. No es imposible y tenemos ejemplos.
Hace falta salir de un conformismo y empezar a anunciar el
Evangelio de la Familia.
2) La presencia del padre es indispensable.
Convencerse de que el bienestar del niño, y por ende, de
la sociedad y de la Iglesia,
depende de la presencia estable del padre en el hogar en una
relación estable con su esposa: y esto es cierto tanto de
un punto de vista psicológico como teológico, como
hemos visto en el desarrollo de esta ponencia, a pesar de las
limitaciones de tiempo y espacio.
3) ¿Qué hay que recuperar entonces de la
figura paterna?
a) Destacar la importancia del padre en los procesos de
desarrollo del hijo.
Se ha tenido muy poco en cuenta, como hemos visto, la
relación que existe entre el tipo de relación
padre-hijo y el desarrollo cognitivo, el fracaso escolar y el
logro, el ajuste emocional y la conquista de la identidad
psico-afectiva, así como el peso que adquiere en el
momento de incorporar a la propia conducta un verdadero código
de valores.
b) Intensificar la relación con el padre en las
etapas infantiles. Una verdadera formación de padres,
una Escuela de Padres
o para Padres, siempre han de llevar consigo el impulso de cuanto
contribuya a reforzar los vínculos de afecto y las
conductas de apego con la figura paterna.
c) Que el padre ocupe un lugar más central en los
procesos educativos que tienen lugar en el interior de la
familia. No conviene dejar a un lado al padre cada vez que
maestros y educadores intervengan en la dinámica
familiar.
d) Construir la conyugalidad. Sólo una gran
alianza pastoral entre familia, catequesis, educación y
juventud,
logrará a largo plazo construir parejas más
estables y padres comprometidos con sus hogares.
e) Tener a Dios como modelo de toda
Paternidad-Maternidad. En el paseo Bíblico que
hicimos en el capítulo anterior, buscando las
características del rostro del Padre celestial, modelo de
toda paternidad y maternidad humana, nos hemos encontrado con un
Dios misericordioso, compasivo, amigo, fiel, que corrige y
perdona, regenera en el amor, respeta la libertad y
autonomía, ama con una entrega total, etc..
Los padres humanos tienen en Dios Padre el modelo. Mirando al
Padre se harán capaces de orientar de verdad a sus hijos
en los valores
centrales humanos y cristianos, siguiendo también la pauta
de la pedagogía de Dios, de manera que no se
evadan las exigencias de una educación que dirige y
corrige.
"De todas maneras no hay que olvidar que, como enseña
el Catecismo de la Iglesia Católica, Dios "trasciende
también la paternidad y la maternidad humanas, aunque sea
su origen y medida: nadie es padre como lo es Dios"
(CIC 239). Pero, por otro lado, siempre el Catecismo dice que
"el lenguaje de
la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres
que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para
el hombre" (CIC 239).
La norma no son los padres, pues no son el modelo acabado.
Sólo serán un buen modelo si se asemejan al Modelo
del Padre celestial, caminar según la voluntad y el modelo
del Padre.
Es misión de
los padres revelar el "genuino rostro de Dios", Padre amoroso que
educa a sus hijos.
El padre verdadero, aquél que es, en cierto modo, junto
con la madre, representante de Dios en la familia, es no
sólo quien es instrumento de Dios para procrear, sino
quien educa, forma amorosamente con el corazón modelado
por el Padre Celestial, para introducir al hijo en la vida
adulta, en la madurez humana y en la madurez de la fe.
Tenemos en nuestra pastoral el más bello de los
retos, la más prometedora oportunidad para hacer un aporte
efectivo hacia una mejor sociedad: La Familia. Y, para que
nuestras familias lo sean en plenitud, que Dios nos guíe
en rescatar y revalorizar al Varón como Padre y Esposo en
la cultura de nuestra Familia
Venezolana."[3]
Autor:
Hernán Antonio Nuñez
2006
[1] GRACIA Antonio, padre pasionista:
¡En familia ganamos todos! ; pág. 22
[2] Ponencia para el congreso organizado con
motivo del año del Padre, en preparación del gran
Jubileo (Pontificio Consejo de la Familia, Roma,
1999).
[3] Ponencia presentada por el Pbto. Aldo
Fonti en el 2do. Congreso de la Familia realizado del 3 al 5 de
Junio de 2005 en el Domo de Cabimas, Edo. Zulia.
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